Que me imagine un color. Solo un color. Todo de ese color. Es difícil y es fácil. Negro, ¿todo negro? Siempre negro. ¿Y entra alguien? Ese alguien ve todo de colores, aunque claramente todo es negro. Él lo ve turquesa. Aunque el sillón es negro, él lo ve turquesa. Él las ve blancas. Si las paredes son grises, él las ve blancas, brillantes, llenas de luz. Ella lo ve negro. Ella se hunde en el negro y en distintas escalas de grises, pero él es puro color. Amarillo, bordó, naranja, turquesa, verde, fucsia, marrón, azul, violeta, dorado: el color que te imagines él lo ve. Y se lo hace saber a ella. Y se lo enseña a ella. Ella y su mente. Su mente que está cerrada y que solo ve en escalas de grises. Su mente que no quiere, que no puede abrirse ni a un solo color. Intentó, en serio intentó. Alguna vez creyó que pudo. Alguna vez creyó ver un color. Quizás era ese rojo turbio, ese rojo intenso de su sangre que empezaba a caminar. Pero no, no lo recuerda. Tiene la sensación de que en algún momento vio un color, pero ya no lo recuerda. Lo siente en las venas, como un déjà vu. Sabe que pasó, siente que pasó, pero no sabe cuándo pasó. Ya no lo recuerda. Y ahora vive con esa sensación de que perdió algo. De que lo negro no era negro, pero ya no sabe lo que es el color. ¿Cómo saber lo que es un color si uno nunca lo vio? O si uno cree haberlo visto, o si uno cree haberlo vivido… Porque el color se vive. Porque el color se respira. Pero ahora todo lo que ve es negro. Su guitarra dejó de cantar y ahora es negra. Su birome dejó de escribir y ahora es negra. Su cuerpo entero se fue tiñendo de negro. Sus pies, que ya no se querían mover, que ya no se querían desplazar, se empezaron a pintar de negro. Después sus piernas, que tampoco la querían acompañar. También sus manos, sus brazos, su pecho, su ombligo. Todo su cuerpo se fue tiñendo de negro. Y el negro atrae el negro. Su cama negra fue llamando a su cuerpo negro. Su cama negra se tragó su cuerpo. Poco a poco las paredes se fueron cerrando sobre ella. Las ventanas dejaron de existir. Las ventanas que antes mostraban el camino dejaron de existir. Ahora eran un sólido negro. Él se fue. Cuando él se fue, sus zapatos también eran negros. Lo negro lo estaba atrapando también a él. Lo negro no tenía suficiente con haberla tragado a ella, ahora también lo quería a él. Pero ella se dio cuenta. Pero ella entendió lo que lo negro estaba haciendo. Y ella decidió que ya era suficiente: lo negro no podía tenerlos a los dos. Lo negro ya la había consumido a ella, pero no podía tenerlos a los dos. Entonces dejó que él se fuera. Dejó que él se fuera con sus botas que ya se estaban pintando de negro. Dejó que se fuera antes de que sus colores dejaran de brillar, antes de que sus colores se apagaran del todo y fueran absorbidos también por lo negro. Fue entonces que ella, al dejarlo ir a él, también empezó a ver un atisbo de rosa en sus propias mejillas: lo negro la estaba soltando. Al ella soltarlo a él, lo negro la estaba soltando a ella. Porque el amor, porque amar de verdad, es dejar ser libre. Porque amar de verdad es dejar lo que amamos antes de destruirlo. Porque amar de verdad es salvar los colores antes de que lo negro termine por ganar.
Foto de Yoav Hornung en Unsplash
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