viernes, 6 de enero de 2023

Diario de una mente ansiosa VOL. 1 Día 1

Me caí al piso. Me lastimé. Ese perro se preocupó. Ese perro vino a lamer mis heridas mientras las lágrimas caían como una corriente continua por mis cachetes. Sí, cachetes, no mejillas. Cachetes, porque soy argentina. Caían como una corriente continua, o más bien como una catarata. Las lágrimas nunca caen por lo que creemos que caen. Las lágrimas nunca caen por el golpe final. El golpe solo las ayuda a salir. El golpe es solo un instrumento de piedad. Ningún cuerpo aguantó tanto como el mío. Ninguna mente soportó tanto como la mía, que se resistió mucho tiempo a soltar esa lágrima. Una mente como la mía, que siempre supo que podía, pero siempre se negó a pedir ayuda, porque pedir ayuda es mostrar debilidad. Pero una mente con un ego tan grande nunca puede sobrevivir en un entorno tan hostil. Una mente con un ego tan grande siempre se termina por quebrar. Siempre y nunca. Palabras que nunca hay que usar, pero siempre uso. Siempre y nunca son pensamientos de una mente catastrófica y perfeccionista. Siempre y nunca son pensamientos que se alojan en lo más profundo de mi ser. Siempre y nunca. Blanco y negro. En mi cabeza no hay grises. Cualquier duda es dolor. Cualquier duda es debilidad. Y la debilidad se convierte en ira. Cuando no puedo, cuando no entiendo, la ira parece la salida perfecta para el dolor. La ira es descontrol. La ira es la excusa perfecta para no hacerme cargo de mi dolor. Me enojo, me descargo contra otros, contra la pared, contra mi guitarra, y dejo de hacerme cargo de mi dolor. Que se hagan cargo los otros. Yo no puedo. Yo no quiero. Yo no tengo la fuerza. Hacerme cargo de mi dolor implica mucho trabajo, mucha fuerza, y yo no tengo la fuerza. Los brazos me tiemblan. La cabeza se me nubla. Dejo de existir. El dolor se convierte en pánico y en ira, y yo dejo de existir. Mi piel se pone verde. Mi boca empieza a sangrar palabras que no quiero decir, y yo dejo de existir. Ya no hay control de mi cuerpo. Ya no hay control de mi mente. Me convierto en una marioneta sin voluntad propia. Alguien más se apodera de mí. Y no existo. Dejo de existir. Las palabras salen empujadas como una estampida y se asesinan entre ellas. Las palabras buscan asesinar al otro, pero se asesinan entre ellas. No quieren lastimar. No quieren matar. Pero se matan entre ellas. Solo en el papel logran sobrevivir. Solo en el papel se acomodan una tras otra. Pero en mi mente, pero en mi dolor, las palabras no logran sobrevivir. Y como ellas no sobreviven, yo no sobrevivo. Yo dejo de existir. En el papel y en la guitarra las palabras empiezan a vivir. En el papel y la guitarra respiran y empiezan a tener sentido. Hoy creí que no podía. Hoy la birome se resistía. Pero acá estoy. Las teclas quisieron cooperar. Una mente como la mía necesita este lugar. Una mente como la mía necesita descansar en ese lugar en que las palabras se pueden ordenar. En la mente no se ordenan. En la mente son un espiral, una nube sin sentido que no puedo parar. Que soy arte, que soy artista, eso no puedo negar. Quinientas sesenta palabras van encontrando su lugar. Esos tres mil caracteres que me quisieron intimidar no entendieron que la sangre tiene más peso que el mal. Y la tinta, y las teclas, y la hoja, y el papel de nuevo se hicieron mis aliados, de nuevo después del amanecer.


Foto de Green Chameleon en Unsplash

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